Noticias.- No es solo uva… es clima, barrica, tiempo y precisión. La planta vive su propio proceso: durante meses se analiza el azúcar, el pH, la acidez, hasta que llega la cosecha, entre agosto y septiembre.
Una vez cortada, la uva llega a la bodega, ahí se despalilla, se separan los granos, y empieza la magia: la fermentación alcohólica, controlada entre 18 y 23°C para conservar aromas y color. Dato curioso: la pulpa es blanca. Sí, puedes hacer vino blanco con uva tinta, el color está en la cáscara.
Después llega la fermentación maloláctica y la elección de la barrica: roble francés o americano. El vino descansa de la barrica de 12 a 14 meses, mientras se hacen catas para que el roble no opaque al varietal. Luego regresa al tanque para estabilizarlo en frío: el ácido tartárico se cristaliza y cae al fondo.
Y entonces, se embotella con un chorrito de gas para evitar el oxígeno, el enemigo número uno del vino. Y todo esto… para que una sola copa concentre tierra, clima, tiempo y pasión. Porque detrás de cada botella hay una historia que se cultiva, se cuida y se comparte.