Noticias.- El vino no empieza en la copa, empieza en la tierra. Cada botella nace mucho antes de la cosecha, cuando el sol, el microclima y la tierra deciden el destino de cada uva.

Un mismo Malbec puede cambiar completamente según reciba el sol suave de la mañana o el intenso de la tarde. Y mientras avanza la temporada, los racimos se transforman: toman color, aroma y equilibrio.

Los enólogos revisan cada detalle, azúcar, acidez, sabor, buscando ese punto exacto de madurez. Cada variedad vive su propio ritmo: las uvas blancas maduran primero, el cabernet sauvignon siempre al final.

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Antes de llegar a la bodega, antes de convertirse en vino, el verdadero arte empieza aquí: en la tierra.